El ángel de Mecklenburgische Straße
Soy asiduo del bar
Der blaue Trinker, en ese recinto abarrotado de fotografías de la Selva Negra, paso mis
horas libres. Ahí, mis conocidos me dicen Der
lahme y no me molesta. Soy calvo y cojo, y creo que feo también.
—Herr, Der lahme—dijo el cantinero—Herr, Der lahme, hace días lo busca un hombre.
» Ese que está
sentando junto a la mesa, al lado de la rockola.
Cierro mis ojos,
siento un frío intenso recorriendo mi espalda.
No me gustan los desconocidos.
» Creo que es periodista, algo así me dijo.
Observo una
sonrisa en el cantinero, sabe de mis manías sobre los extraños.
—Sí, ya me
acordé. Es un periodista del Kulturprozess.
Me acerco hasta
la mesa:
—¿Tú eres periodista
del Kulturprozess?
—Sí, entrevisto
a excombatientes. Escribo un reportaje. Cuento los últimos días del III Reich.
En la mesa del
periodista hay una jarra de cerveza. Me gusta la cerveza.
El periodista
parece leer mis pensamientos.
—¿Desea un vaso?
—Sí, por favor. ¿Me
sirve?
» Usted
comprende que tengo algunas limitaciones.
Mi mano
izquierda es un repugnante muñón del que solo conservo el pulgar.
El periodista
baja los ojos, imagino que no quiere mirar mi muñón. Pareciera que siente
vergüenza, culpa quizá. Un sentimiento que no defino entre las líneas de su
rostro.
—No le molesta,
si enciendo la grabadora.
Lanzo un soplido y miro desde la mesa hacia la ventana del bar.
—Chico, en los
polígonos industriales de Leipzig, los neonazis reparten panfletos: «El
holocausto nunca existió. Las imágenes filmadas en los campos de concentración
las montaron los sionistas».
Sintiendo que me
quema la nuca: bebo un trago de cerveza con una pajilla.
—Chico, si
quieres oírme, pues allá tú:
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