En la puerta principal, el mayordomo frota la parte
posterior de su cuello:
―El patrón regresó de Cañete―dice el mayordomo.
Visitación, la cocinera, se persigna.
Ay, Cristo de Pachacamilla, llegó mandinga. Y ahora, no está la patrona. Virgen
santa, dale paz al señor―dice susurrando la cocinera―. Otra vez lamentos de
lechuza por la noche.
Requena cruza la puerta sin mirarlos. Visitación cree que ha estado
llorando, quizá está borracho. Pobre
alma.
Apenas Requena abre la puerta de su estudio, arroja un sombrero al
suelo. Lo primero que ve, son las pinturas de sus hijos. Aquí estoy solo. Mi
mujer y los niños, en Londres. La entiendo, estoy maldito.
Camina en círculos por el estudio; un temblor domina su mandíbula.
De pronto, él estira sus brazos hasta una mesa en la que hay una copa.
Con un cerillo quema el terrón de azúcar de la cucharilla de absenta. Adoro el
ajenjo, es lo único que calma el temblor de mi mandíbula. Se arroja en una
tumbona y sus pensamientos vuelan hasta un cielo celeste…
Piura, 1881, al norte del Perú
Requena, descalzo sobre las lascas de la estación de trenes, mira el sol
sobre las ventanas.
A lo lejos oye el traqueteo de un tren, él supone que debe de ser la
locomotora que trae a las tropas chilenas. Requena ve un humo negro que se
acerca, y un ardor empieza a recorrer sus tripas. Hoy no
hay un alma cerca. Ricos cobardes. Ningún señorón peleará contra los chilenos.
Escondieron sus libras en las cuevas de Morropón. Si mandase, sería diferente. Mataría
a los chilenos.
Requena frota su nariz con el pulgar, el humo de la locomotora lo
envuelve:
—Muchacho, muchacho—grita un hombre de pantalones rojos.
El hombre se acerca hasta Requena.
—¿Qué haces, aquí? ¿No deberías de estar con tus padres?
—Soy huérfano, las autoridades cerraron el hospicio donde vivía. En
Catacaos…
—…sí—dijo el soldado—. No pregunté tanto. Solo lárgate de aquí.
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